PSICOLOGÍA DEL COLECCIONISMO
PSICOLOGÍA DEL COLECCIONISMO
Por: John Jairo Usme
“Los coleccionistas son seres egoístas que no entienden por qué los
demás no comprenden su pasión por la música; “¿Por qué no son tan
apasionados como yo?”, inquieren; y es que no solo sienten la música, la
letra de las canciones o tonada y el ritmo, sino que disfrutan llenar
los vacíos reales o virtuales de los espacios destinados a los discos,
portadas, letras y partituras que los llevan a colmar su gozo secreto.
De hecho, todos los días despiertan con la ilusión de encontrar la pieza
que encaje en su delirante juego de rompecabezas”.
Enrique Chao
Como psicólogo de profesión y melómano de corazón, hallé el tema
perfecto para escribir un artículo que combinara la disciplina
científica con la pasión musical: el coleccionismo, visto desde el
ámbito psicológico. El coleccionismo es algo apasionante porque nos
permite abordarlo desde varias perspectivas. Desde lo social y cultural,
hasta lo clínico, el hábito de coleccionar se ha convertido en materia
de investigación por parte de estudiosos de las ciencias sociales.
Cuando hablamos de coleccionismo y coleccionistas de discos, resulta
inevitable relacionarlo con el concepto de melómano. Algunos consideran
que por regla general todo coleccionista es melómano, lo cual no es
absolutamente cierto. No hay que olvidar que el auge de la compra y
venta de acetatos ha dado pie al surgimiento de comerciantes que
acumulan pastas con el único objeto de venderlas al mejor postor (o al
mejor marrano, ustedes escogerán el adjetivo).
Entiéndanme, no
estoy criticando el comercio ni a los comerciantes de vinilos. Me
molestan, eso sí, los usureros descarados que venden discos de $10.000
en $100.000 con la mayor desfachatez.
Solo quienes
desarrollamos una profunda pasión por la música podemos entenderlo. Es
una extraña sensación de bienestar extremo. Adquirir discos de vinilo o
cd’s se convierte en un delicioso placer, y aún más, disfrutar del
preciado tesoro que se acaba de conseguir: el hecho de admirar la
carátula, limpiar el disco, ponerlo en la tornamesa, escuchar el
scratch, y guardarlo junto a los demás ejemplares de nuestra colección,
es todo un significativo ritual mágico y único.
Sin embargo,
esto que para nosotros parecer normal, para psicólogos, psiquiatras y
sociólogos ha sido materia de estudio en búsqueda de respuestas a
interrogantes tales como: ¿por qué coleccionamos?, ¿qué conduce a las
persona a acumular objetos?, ¿es un hábito sano o es para preocuparse?
Indudablemente el coleccionismo, en su justa medida, es un hobby
enriquecedor que aporta beneficios psicológicos en cuanto al desarrollo
de habilidades con la memoria, el orden, la paciencia y la constancia.
Hasta aquí podríamos hablar de una “patología sana”, como lo definió el
Dr. Vallejo-Neira, quien sintetizó la visión positiva del coleccionismo
basado en la motivación, la necesidad de una actividad libre, la
autosuperación, la autoafirmación, la búsqueda de aceptación, y el
algunos casos, la misma vocación de artista. Otras bondades que ofrece
el coleccionismo son el desarrollo intelectual, el lenguaje y la
socialización, y facilita superar el aislamiento social.
Pero los laberintos de la mente ignoran los límites de las “justas medidas”.
El hábito de coleccionar también tiene su lado oscuro, y ocurre más
frecuentemente de lo que se puede imaginar. La gran mayoría de
coleccionistas de discos son compradores compulsivos y esta es la forma
más sencilla de identificar una patología mental. Es un riesgo que corre
cualquier fanático, pues sin darse cuenta, pasa de ser un simple
aficionado a un individuo obsesivo, capaz de derrochar su capital,
descuidar su familia y desperdiciar su tiempo en algo que a todas luces
no deja de ser más que un mero pasatiempo.
De hecho, la
psicopatología moderna define el coleccionismo obsesivo como “una
conducta ligada a naturalezas maníacas y megalómanas, estrechamente
relacionada con comportamientos premórbidos, como la usura o la
avaricia”. En términos cristianos, esto significa que un coleccionista
“enfermo” puede observar incrementos anómalos del estado de ánimo, así
como delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia y obsesión
compulsiva por tener el control.
También se afirma que
coleccionar objetos de manera exagerada es síntoma de un trastorno
obsesivo-compulsivo, del cual existe una variante conocida como
“Síndrome de Diógenes” (personas que viven solas y llenan ese vacío
acumulando objetos) y adicción a las compras, patologías mentales que
padece aproximadamente el 12% de la población (López, 2001).
¿O
acaso no les ha pasado, amigos coleccionistas, que van pasando por la
calle 19 o el mercado de las pulgas, y sienten la inevitable necesidad
de ir a comprar discos?
Lo curioso del asunto es que acumular
objetos es un hábito que la mayoría de personas hemos tenido en algún
momento de nuestra vidas. En mi caso ha sido una constante: a los 11
años empecé a coleccionar comics de Kalimán, Arandú, Águila Solitaria,
Memín, Fuego, El Valiente, y cuanta publicación lanzaba al mercado la
Editora Cinco. Llegué a tener más de 1.200 ejemplares que por obra y
gracia de mi papá fueron a parar a la basura; después me dediqué a los
llaveros, la filatelia, la numismática, y a guardar celosamente diarios
con noticias históricas. De todo eso, solo conservo los periódicos. Más
adelante, cuando me apasioné por la salsa, inicié mi colección de
acetatos, hábito que había dejado de lado pero que retomé el año pasado.
Lo que resulta coincidente en las fuentes que he consultado,
es que coleccionar es sinónimo de amar, y resulta infructuoso buscar
motivaciones para explicar este fenómeno. Obviamente, en el caso
nuestro, la pasión por la salsa es el motor que nos lleva a adquirir las
producciones de nuestros ídolos. Eso es lo que podemos decir de labios
para afuera, lo extrínseco. Pero no hay forma de acercarnos al elemento
sentimental, a lo que internamente nos motiva a aumentar nuestra
existencia personal de vinilos.
También se afirma que los
coleccionistas combinan instintos que van desde lo delicado hasta lo
vulgar, desde lo espiritual hasta lo primitivo, y casi siempre,
evidencian un egoísmo extremo.
Pero pese a todo lo que dicen
los estudios sobre los coleccionistas pasivos y patológicos, no se puede
dudar que estos siempre son tratados con respeto en sus círculos
sociales. Los encuentros de melómanos y coleccionistas dan fe de ello.
Este tipo de eventos le han dado realce, relevancia, reconocimiento a un
hábito, que más allá de lo clínico y psicológico, ha permitido que la
cultura por la buena música se conserve, que se sigan escuchando los
clásicos, que se continúe apostando por lo artístico y que existe una
inmensa minoría para quienes es fundamental comprar solo original. Y
aquí vale la pena reconocer que el coleccionismo brinda un aporte
valiosísimo en el espectro socio-cultural: contribuye a la creación de
nuevos estímulos culturales y educativos y materializa el legado del
pasado para conservarlo como heredad de inmenso valor, tanto pecuniario
como histórico.
Retomo los interrogantes planteados al
comienzo de mi escrito para tratar de darles una definición personal:
¿Qué es un melómano?, pues un amante de la música, una aficionado a la
melodía, no necesariamente un “fanático” (cuyo significado textual nos
puede remitir nuevamente a perfiles patológicos) o experto. Por eso
sostengo que es tan melómano quien colecciona acetatos como quien
descarga archivos digitales. No solo es melómano el coleccionista,
investigador y musicólogo. También puede serlo quien compra el cd, quien
va al concierto, quien no se pierde el programa radial ni el de videos
musicales o quien va al bar periódicamente a escuchar la música de su
agrado. ¿Qué es un coleccionista (de música)?, un melómano cuya pasión
por determinado género o artista lo lleva a dedicar parte de su vida a
adquirir sus discos. La calidad de coleccionista no se adquiere por la
cantidad de acetatos que posea en sus estantes, sino por el hecho de
adquirir regularmente, comprados, regalados o intercambiados, piezas
musicales de su predilección. Aquí abro un paréntesis para referirme a
algunos personajes mezquinos que consideran que solo es coleccionista
quien tiene varios miles de discos en su haber. Nada más absurdo. Es tan
coleccionista quien posee diez mil acetatos como quien acaba de
empezarla. Es tan coleccionista quien tiene toda la colección de Machito
como el que posee la de Eddie Santiago. Es tan coleccionista Paul
Mawhinney, quien tiene dos millones y medio de discos, como yo, que
entre vinilos y cd’s apenas llego al millar.
No es una cuestión de números: se trata de una forma de vida.
Por fortuna, son muchas más las personas humildes, amables, sencillas, y
sobre todo, libres de sentimientos egoístas, con quienes he tenido el
placer de compartir mi afición por la música. Uno de ellos, mi buen
amigo Luis Alfonso Buitrago, quien perdió absoluto interés por seguir
comprando música y prometió dejarme su extensa colección de acetatos, me
pregunta cada vez que puede: “¿y para qué seguir comprando más mugre si
todo se puede conseguir gratis por internet, para que se muera y sus
hijas los boten a la basura o los regalen?”.
Entonces yo le
contesto: nosotros somos un poco como esos acetatos: circulamos por ahí,
tenemos una vida útil, y después, vamos a parar a la basura. Además, ¿a
quién le importa pensar lo que pase mañana si después que muera no voy a
saber qué van a hacer con mi música?
El coleccionismo es un delicioso placer que solo nosotros sabemos experimentar y podemos entender.
usmedelgado1972@yahoo.es
Twitter: @usmejohn
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