Este 29 de junio se cumplieron dos décadas de la muerte del cantante boricua.
En agosto de 1980 fue anunciado, con gran expectativa del público, un concierto de la Fania All Stars en el estado El Campín. Se vendió la boletería, y era una oportunidad grandiosa para los amantes de la salsa. Hubo presentaciones en Cali, con lleno completo. En Medellín no hubo tanta gente, pero en Bogotá prometía ser un concierto apoteósico.
Benhur Losada, empresario de Cali que trabajaba con Larry Landa, me contó que a Larry le dio por traer los equipos de la compañía Vásquez, que habían usado en Medellín. Me contaba que no alcanzaron a llegar todos y que La Fania le pagó a Sayco y no a un sindicato que había en ese entonces. Ya se había presentado la orquesta telonera, la de Willy Salcedo, y llevaba dos números la Fania. Habían cantado tal vez Santos Colón Ismael Quintana, que eran los menos carismáticos, y, cuando venían los más importantes, un corto recorrió todo el cablerío que estaba en la grama. Y de ahí no se volvió a oír nada.
En aquel tiempo se vendía licor en los espectáculos. El show había comenzado tarde, las boletas eran caras, así que la gente estaba enardecida. En el fondo, la gente tenía razón, no había un equipo de emergencia que pudiera salvar el espectáculo y la Policía respondió demasiado duro. El caos completo; hubo golpiza, detenidos; todo terminó en un lío fenomenal.
En el 80, la salsa en Bogotá despegaba con mucha pujanza. Existían el Goce Pagano (que fundamos en el 78), Mozambique, El Tunjo de Oro, La Jirafa Roja, el Paladium, El Escondite, Las Escalinatas y otros lugares, incluso en los barrios Restrepo, Quiroga, Venecia y Suba. Era un fenómeno creciente y rápido, que se sostuvo hasta mediados de los 80, 85 y 86. Solo recuerdo un antecedente de conciertos en Bogotá: diría que el primero que vino en el setenta y pico fue Ray Barretto, a la Feria Exposición, y estuvo muy solo.
Cuando entrevisté a Lavoe estaba en un punto muy alto de su carrera. Tenía su propia orquesta, después de sus éxitos con Willie Colón, y ya era famoso –lo era casi desde la adolescencia–, pero no eran tan graves sus problemas con las drogas, que luego se conocieron.
¿Dónde nació usted, Héctor?
Yo nací en la segunda ciudad de Puerto Rico, que es Ponce, que le disputa la primacía musical a la capital, que es San Juan. Ponce ha sido cuna de grandes músicos, como Braulio Dueñas Colón, Ruth Fernández y José Mangual el ‘Viejo’, el que tocaba con la orquesta de Machito y con Charlie Parker...
¿Sus inicios en la música cómo fueron?
Yo estuve marcado por una situación familiar desdichada, pues quedé huérfano de madre a los 3 años y fui criado enérgicamente por mi padre y mi abuela española. Mi papá quería que estudiara guitarra y yo solo quería cantar. A los 6 años me gané el primer premio, en un programa que se llamaba Los pibes se divierten.
Contra mi voluntad, mi papá me matriculó en la escuela de música Juan Morel Campos, donde encontré como compañero de generación a ese futuro virtuoso del piano –hoy también integrante de la Fania–, Papo Lucca, y a José Febles, que es el actual trompetista y arreglista de mi orquesta. Yo no quería saber nada de la guitarra, pues me inclinaba por el canto, para seguir la tradición de la voz de mi madre, que cantaba muy bonito. Como mi padre –don Luis Pérez, el lotero– notaba que yo no adelantaba de la lección 12 de solfeo, fue y habló con el profesor, quien le informó que el curso efectivamente ya iba por la lección 34. Mi padre me propinó una cueriza histórica, en la que tuve que ir contando obligatoriamente los azotes por cada lección, y volviendo a comenzar cuando se interrumpía.
Sin embargo, fui tan tesonero con mi canto, que al final mi padre tuvo que resignarse amargado, y solo me dijo: “¡Jódase!”.
Eso demuestra que la letra con sangre no entra…
A los 14 años ya ganaba algún dinero con la música, mientras hacía mis estudios escolares. Desorientado en mi ambiente y enamorado de una chica que se fue a Nueva York, viajé detrás de ella, no sin antes escuchar la advertencia amenazante de don Luis Pérez, que me dijo: “¡Olvídese que tiene padre!”.
¿Cómo fue su llegada de Puerto Rico a Nueva York en sus comienzos?
En Nueva York tuve al principio vivienda donde mi hermana, pero mi novia me salió rodeada de mil novios, pues era muy coqueta. Allí viví en esas barriadas sucias pero rítmicas de los latinos y los negros, las pandillas con sus territorios, los desempleados que ocupaban el tiempo en hacer travesuras y los cañoneros en los bailes que buscaban una oportunidad. Allí conocí también el vicio.
En una de esas noches de fiesta, me subí o me subieron a cantar para interpretar Sombras, ese bolero que hiciera famoso el cantante venezolano Felipe Pirela. Gusté tanto al público, que aplaudió varios minutos seguidos, y el director cambió al cantante de planta de ese entonces por este servidor.
¿Y qué pasó después en su carrera artística?
Estuve deambulando por ahí con esta orquesta que no era muy buena, hasta que un día me oyó ese tremendo percusionista que es Kako (Federico Bastard) y me llevó a cantar con las Estrellas Alegres. Pronto empecé a desfilar y a alternar con los grandes del ambiente, como Charlie Palmieri, el Gran Combo de Puerto Rico, Ismael Rivera y Cheo Feliciano, hasta encontrarme con Willie Colón, para hacer unas presentaciones y grabaciones que han tenido una buena acogida.
Pero todavía faltaba lo fuerte y llegó con Pacheco y su Tumbao, quien ya recibía propuestas del empresario Jerry Masucci para organizar la Fania All Stars, que comenzó en esos tiempos como una empresa muy modesta. A mí me sirvió, para entrar en la Fania, la experiencia con Willie Colón, con el cual habíamos creado éxitos como La banda, La murga de Panamá, Día de suerte. Yo, por mi parte, con mi orquesta, había pegado entre el público latino Periódico de ayer, El cantante, Songorocosongo, Mi gente, y hasta un vallenato colombiano de Fredy Molina que se llamó La verdad.
Mientras tanto, yo hacía mis travesuras y escapaba en estos tiempos del enrolamiento para la milicia, pues llevaban a los puertorriqueños a la guerra de Vietnam. En eso tuve éxito, pero no un hermano mío, quien regresó vivo, pero trastornado por la droga, que conoció como escape en las crueldades y angustias de esta guerra.
¿Cómo ha podido usted combinar la música con el asunto de las drogas?
En todos los ambientes se consumía droga en cantidad, especialmente el ácido. Aunque mi experiencia personal no ha pasado por él. Yo pasé por el efecto de otras drogas, y es un ensayo que no se lo recomiendo a nadie. Primero, me hicieron regalitos; después, cuando ya te hace falta, te la venden. Mi esposa, Nelda, a quien conocí en una presentación durante un baile, y Willie Colón, mi gran amigo, me ayudaron a salir del vicio. Ha sido una rehabilitación con recaídas, pero he terminado bien, sobre todo cuando me convencí de que no cantaba mejor por el efecto de la droga.
Atravesé un verdadero drama personal, porque, mientras, cosechaba los éxitos del primer disco con Willie Colón, llamado El malo, (sobre) el vividor, que es alguien que no trabaja y que ocasionalmente hurta y se mantiene todo el tiempo dispuesto para el goce y la fiesta. Después, cuando entré a la Fania, llevamos otros cantos de Borinquen, incluso se llegó al cine, con una película que se llama Nuestra Cosa Latina, de Leo Gast, donde traté de actuar y de encontrar así argumentos contra la droga.
Cuando yo comencé mi vida artística no fumaba ni cigarrillos; después –en la escuela de la vida– aprendí… No se debe tratar de mezclar o asociar el licor con el ambiente de las drogas, ya que un asunto no tiene que ver con el otro. Actualmente participo en diez programas que buscan la rehabilitación voluntaria de los adictos –sin meterles religión– y la prueba de la superación está en que he obtenido ahora más triunfos que antes y ventas superiores por Periódico de ayer, El cantante y Vamos a reír un poco, ya libre de esa influencia.
¿Qué proyectos inmediatos tiene?
Ante el éxito obtenido por el primer disco, larga duración grabado en memoria de Felipe Pirela, estoy preparando el lanzamiento del segundo volumen en homenaje a ese cantante venezolano que me ha servido como sombra protectora, pues tenía una bella voz y un fino estilo de narrar o sentir la canción romántica, aunque yo tengo lo mío, y es que también soy guapachoso
¿Qué fue lo que usted grabó con Daniel Santos?
Eso fue una experiencia muy bonita, con ese legendario cantante de Puerto Rico, en la que cantamos en controversia juntos en El joven y el viejo, y nos respaldó ese virtuoso de las cuerdas que también fue incorporado a la Fania, que se llama Yomo Toro.
¿Qué le gusta de la música colombiana?
Conozco un poco de cumbia y de vallenato, pero en la Media Torta presencié de cerca, en la tarima, la música llanera, y me encantó su fuerza, su ritmo, sus instrumentos y la capacidad para improvisar que tienen sus cantantes.
¿Qué nos puede decir de Armandito (hoy es un indigente), su amigo de acá de Bogotá?
Ese es un buen amigo de Ibagué, que conversa sabroso y nos conseguía el vicio. Él tiene planes de montar su orquesta y ponerle Armandito y su Montuno. Ojalá pueda hacerlo; yo le puedo dar algunas partituras.
¿A qué atribuye usted que terminara en un desastre la presentación de la Fania en el estadio El Campín?
Yo creo que la gente fue muy imprudente cuando ocurrió el incendio del equipo de sonido, y la Policía también respondió con violencia para armar entre todos esa batalla campal que desbarató el espectáculo después de ese corto eléctrico que dañó los equipos de amplificación. Fue una verdadera lástima, porque el estadio estaba repleto y la gente, muy contenta de recibirnos a la Fania, con todos sus integrantes. Espero que haya otra oportunidad…
*CÉSAR PAGANO
Especial para EL TIEMPO
*Estudioso de la música caribeña, en particular de la cubana. Ha entrevistado a decenas de las grandes figuras de este género para la prensa y la radio colombiana.
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